jueves, 29 de diciembre de 2016

Abuelos

En tiempos de paz no se critica. Y como estamos en estas fechas tan angelicales y de buen rollo, me paso al lado bueno para hablar de unas personas muy importantes en nuestra vida. Abuelos y mayores, ya es hora de daros protagonismo.

Es época de recuerdos, reencuentros y recuerdos encontrados. El regazo de la abuela se transforma en cobijo cuando se oye eso de Oh, oh, oh! Cual gallina guarda a sus huevos más dorados. La misma abuela que siempre cree en la opinión e ilusiones de la juventud. Respeto y admiración hacía los jóvenes, más que hoy día se respeta y admira a los mayores.




Creencia en la juventud y respeto por la madurez. Algo que he recordado escuchando la radio esta mañana. Uno de los colaboradores de Carlos Herrera, en su columna de opinión que tantas veces me despierta sin saber aún muy bien por qué, sentenciaba: «....los jóvenes juegan a la política sin saber nada de ella...» Una ráfaga que me ha venido de sopetón y me ha terminado de despertar. Pero volvamos al buen rollo... Esto es otra historia.

Los abuelos. Las personas que mejor conocen los contratiempos de la vida. Suelen ser los mejores capeando los azares del destino. No queda otra, así que no malgastes la poca energía en lo que no se puede. Una filosofía que contrasta con la positividad y fuerza del más menor. Quizás, el equilibrio se encuentre en algo intermedio (valga la redundancia), en saber resignarse en el momento que hay que hacerlo. No antes ni tampoco después. Y es que...«el hombre que pretende verlo todo con claridad antes de decidir, nunca decide», decía el escritor Henry Amiel.

Los abuelos, en masculino y femenino (porque quedan mujeres que también nos damos por aludidas con el masculino sin el menor de los complejos), despiertan en nosotros la calidez y templanza de saber que los estamos haciendo bien. Las personas que, con la fortaleza de los años, gestionan mejor los cambios y golpes de la vida.

Sin embargo, también sienten miedo. Miedo por llegar al final, por peder o simplemente por perder bajo la soledad más absoluta. A veces lo exteriorizan en forma de reclamo de cariño y en otras se preparan para seguir cobijándonos en sus faldas seguras cuando llega un temeroso Oh, oh, oh! Gracias por vuestros cobijos y por reclamarnos atención cuando nos despistamos.



martes, 13 de diciembre de 2016

¡Niño, quédate en el baño!

Cada día paso por este cartel de una marquesina de autobús:




La publicidad forma parte de nuestra vida. Autocontrol. Qué cierto.

Es entonces cuando me paro a recordar algunos de los anuncios con los que convivimos a diario y en los que se respetan, en la mayoría de las ocasiones, las libertades y derechos de todos.

Sin embargo, de repente me vienen a la mente ciertos programas de televisión que contrastan enormemente con el mensaje del cartel de la marquesina. Y pienso: ¿qué sentido tiene que un niño de seis años vea por ejemplo, no sé... Sálvame o Gran Hermano, así al azar, y luego se vaya al baño con anuncios que respetan la educación ciudadana? ¿No sería más bien al contrario? Que el niño visite el inodoro durante el emisión del programa. Porque visto lo visto, últimamente pasan cosas que dan la vuelta a la obviedad más racional.

Por eso, quizás lo que nos quiere decir este cartel sea más bien: ¿entiendes por publicidad lo que deberías entender por publicidad? En otras palabras: «no escribimos medios de comunicación, ni televisión, ni redes sociales, ni mensajes en las puertas de los baños públicos... ponemos publicidad que engloba todo lo anterior». Porque, para bien o mal, nuestro mundo se ha convertido en eso: en publicidad y marketing de por vida. Sea en forma de cartel de marquesina o primera página, que no última.

Así pues, la reflexión se queda reducida a una frase que una vez lanzaron en la carrera, en Producción Audiovisual: «dale al vulgo para comer paja y comerá paja, dale carne y comerá carne». Algo así. Un titular subliminal.