viernes, 20 de enero de 2012

'Lo más visto'

Era 17 de mayo de 2005 y, como ya muchos sabréis, Rosa Montero publicaba 'El Negro'. A penas existían la familiares redes sociales, y si se encontraban entre nosotros era tímida y sugerentemente. Siete años después, que se dice pronto, resurge el fantasma de 'El Negro' entre las cenizas de 'Lo más visto'. El efecto multiplicador de la sociedad virtual permitió que el artículo de Montero líderara la lista desde el pasado día 10 al viernes 13.

Días más tarde, Milagros Pérez Oliva escribió acerca de tal fenómino. Esta vez el título fue: ''El Negro' y sus mil avatares'. Un sin fin de versiones giraron en torno a la posible originalidad o no de su historia. "Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica...", sellaba la nota. Efectivamente, la historia no era auténtica. El padre de la criatura podría haber sido, según atribuyen ciertos lectores digitales, Jorge Bucay con 'Galletitas' o el escritor británico Douglas Adams. Además, 'El Negro' tendría su madre, como es debido, la italosuiza Federica de Cesco, que pudiera haber engendrado en 1975 el cuento juvenil Spaghetti für zwei (Espagueti para dos).

Entre tanto, el cuento se reproducía en imágenes. Varios cineastas se enamoraron de la historia, en la que aquella señora, en sus muchas aceptaciones, comía del plato de 'El Negro'. Este fue el caso de 'The Lunch Date', dirigido por Adam Davidson. Aquellos fotogramas ganaron la Palma de Oro en Cannes (1990), y el Oscar al mejor cortometraje (1991). Pero Davidson no fue el único en llevarlo a la gran pantalla. Korinna Serhinger hizo en 1999 otra versión titulada 'The cookie thief'. Además, el mejicano Leonardo Canto es el autor de la que parece ser la versión más reciente, 'Buen provecho', de 2008.

Incluso, Pérez Oliva explica que la BBC la publicó como historia verídica. Un acontecimiento que bien
podría haber sido recreado intencionadamente por alguien que vió en aquella mujer un gran ejemplo a seguir. Y podríamos continuar así hasta caer en el escritor británico Ian McEwa, que en 2008 se disculpó públicamente por el plagio de uno de los avatares de 'El Negro'. El mismo literato descubrió que la historia tenía su propia historia, cuyo origen se remontaba a 1972. En fin, un sin fin de relatos que se multiplicaban como códigos digitales.

Llegaba así el turno de Rosa Montero: "La leyenda ha tenido muchos avatares. Es uno de esos relatos fascinantes que, por alguna misteriosa razón que tiene que ver con su capacidad para conectar con el inconsciente colectivo, tiene una gran capacidad de pervivir". Un motivo que podría representar el por qué de muchas de las historias atribuídas a los más célebres autores. Yo también me atrevo tímidamente y me pregunto como Rosa, Milagros y muchos otros lectores, bloggeros, escritores, cuentacuentos... ¿Qué es original y qué no? ¿Podríamos llegar a cuestionar la pluma de Fernando Rojas firmando La Celestina? ¿Acaso Lorca puso los cimientos de la Casa de Bernarda Alba? ¿A cuántos autores se atribuye aquello de que en realidad no se escribe nada que no esté ya en los libros? Y más, con la resurrección de la redes sociales, las historias se reencarnaran de la mano de múltiples teclados evocados por lo que leen, escuchan o ven.

Por si tenéis pensado firmar el relato sobre aquella señora que acompaña a 'El Negro' en su almuerzo, aquí os dejo 'The Lunch Date' de Adam Davidson, para ayudaros en vuestra más íntima inspiración. A continuación, la firma de Rosa Montero.



'El Negro', escrito que no creado por Rosa Montero.


Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.

Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".

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